ITINERARIO ENTRE VILLANUEVA, LA FUENSANTA, EL CALVARIO Y BEAS

San Juan de la Cruz, algo recuperado en Toledo, dos meses después de su huida de la cárcel, es destinado como prior al convento de frailes de El Calvario, cercano a Beas de Segura, en donde ha sido reciente la fundación de Monjas, por la Madre Teresa…

Llega procedente de Almodóvar del Campo (1578, seguramente en octubre o noviembre) y, en Beas de Segura hace un alto…, para continuar después hacia El Calvario. Veamos algo acerca de cuando llegó y cómo era por allá su vida…

Extracto de: “Vida y Obras de San Juan de la Cruz”, Crisógono de Jesús O.C.D., Matías del Niño Jesús O.C.D. y Lucinio Ruano O.C.D., sexta edición BAC Madrid 1972.

La impresión de las monjas al ver a fray Juan es de lástima. Viene aún desfallecido, pálido, sin carnes y renegrido, con la piel pegada a los huesos. Casi no tiene fuerzas para hablar. La priora, dando a la visita del maltrecho descalzo el aire de santa alegría tan característico de los locutorios de las hijas de la madre Teresa, manda a dos monjas jóvenes, Lucía de San José y Francisca de la Madre de Dios, ésta recién profesa, que consuelen a fray Juan cantando unas coplillas espirituales. Y en la penumbra del locutorio monjil, pequeño y enrejado, suena este cantar:

Quien no sabe de penas
en este valle de dolores,
no sabe de cosas buenas,
ni ha gustado de amores,
pues penas es el traje de amadores

Fray Juan, que por su extremada debilidad física y más aún por su endiosamiento espiritual tiene que estar en un estado de aguda sensibilidad, se estremece hasta no poder soportar la emoción, y mientras con una mano se ase a la reja del locutorio, hace con la otra la señal de que cese el canto que tanto le impresiona…, no puede hablar. Las lágrimas brotan mansas y abundantes de sus ojos y se deslizan por sus mejillas pálidas. Se ase fuertemente con ambas manos a la reja y se queda inmóvil y silencioso. Así está una hora. Cuando recobra sus fuerzas, habla de lo mucho que el Señor le ha dado a entender el valor del sufrimiento y pondera lo poco que se le ofrece sufrir por Dios. ¡Y está consumidito a fuerza de sufrimientos! Las monjas lo oyen con asombro y edificación.

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EL CALVARIO

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Fray Juan reanuda su viaje. No sabemos quién le acompaña hasta el Calvario. Camino largo aún, de más de dos leguas, empinado y fragoso, entre peñascales primero y malezas de monte después, no es fácil que lo recorriese solo, siendo camino desconocido para él y estando, además, tan flaco él y descaecido. Atravesado el riachuelo, comienza la áspera y rápida pendiente del montecillo occidental. A un centenar de pasos, una roca indica el lugar donde fray Juan descansará en otros viajes a Beas, cuando venga desde el Calvario a confesar a las monjas. Si volvió la vista, pudo contemplar desde allí el bello panorama de las blancas casitas apiñadas en torno a la Iglesia, del río rápido y cristalino, de la vega, atravesada a lo lejos por el Guadalimar.

La pendiente es brusca. Ganada una altura, aparece otra mayor. Desde la última, poblada de pinos y romeros se domina ya la vertiente meridional, que desciende hasta el Guadalquivir. Son laderas de exuberante vegetación, que contrasta con la vertiente septentrional sombría y descarnada, Desde esa altura se divisa ya, allá abajo, entre el verde oscuro de los árboles, menos de un tercio de legua antes de llegar al Guadalquivir, el conventito del El Calvario.

Es una pequeña casa de alquería con su oratorio -de todo aquello, hoy solo se conserva el pilón de agua y algún espacio en el interior de la casa que después se construyera… Apenas hay restos del Monasterio de entonces-. Cuando llega fray Juan tiene en derredor un huertecillo cultivado, tierras de sembradío y un majuelo. Hay también higueras y naranjos, ciruelos y cerezos. Hasta tiene fama de ser “lugar de caza y pesquería”. Próxima al convento y a su parte septentrional, pero mirando al mediodía hay una fuente rodeada de árboles, escoberas y zarzales.

 Y en el monte hay pinos, encinas, chaparros, negrillos y romeros, que florecen hasta en diciembre. El panorama es espléndido de luz y de colores.

 A fray Juan, de cuyos ojos apenas se ha borrado la imagen lóbrega de la estrecha y oscura cárcel toledana, tiene que producirle una impresión gratísima esta visión plácida y alegre, de amplios horizontes luminosos, de tierras cargadas de colorido, del ambiente impregnado de perfumes y de lejanas y misteriosas sonoridades. Hay hilitos de agua que brotan en lo alto del montecillo y bajan zigzagueando por la ladera en busca del Guadalquivir; hay olor a jaras, a romero y a tomillo; hay vuelos rápidos de pájaros que se cruzan; hasta se percibe el ruido del río andaluz, que corre abajo por un lecho de piedra.

Cuando fray Juan de la Cruz llega al convento hay en él cerca de 30 religiosos entregados a la vida penitente.

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No va a suprimir fray Juan todos los ejercicios de penitencia, pero si va a templar un poco su rigor, desarrollando, en cambio, un espíritu de fe, de amor y de confianza que los moradores de El Calvario no habían conocido. La cama sigue siendo –lo dice el hermano fray Brocardo, que vive aquí estos días del priorato de fray Juan- «una estera, sin cosa alguna para cubrirse, si no es el hábito que cada uno tiene consigo. El propio fray Juan duerme sobre manojos de romero entretejido con sarmientos en forma de zarzo. Cuando llega a usar tarima cubierta con una estera, retira la estera y duerme sobre la tabla desnuda. La comida consiste con frecuencia en migas de pan al estilo andaluz y una escudilla de caldo de hierbas silvestres. Los días festivos se añaden a la olla de hierbas unas cucharadas de garbanzos y un poco de aceite. A veces, las hierbas son tan amargas que tienen que exprimirlas a medio cocer, machacándolas sobre una tabla antes de echarlas definitivamente a la olla. Todo un mes seguido se pasan una vez con este único alimento de “amargos”, como llaman los frailes a estas hierbas. El hermano Alonso, que es el cocinero se vale del jumentillo para distinguir las venenosas. Las que el jumentillo pace, esas recoge para la comunidad, seguro de que no perjudicándole a él, tampoco serán perjudiciales para los frailes».

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Le gusta a fray Juan, entusiasmado con el paisaje que rodea al convento, sacar a sus religiosos a pleno campo. Unas veces es para hacer la oración de comunidad entre las peñas y el boscaje, otras, para que se entretengan en el cultivo de la viña, del sembrado y de la huerta.

Cuando salen a hacer oración, en vez de leer un punto de meditación en el libro, fray Juan, sentado entre ellos en el monte les habla de las maravillas de la creación, que tan espléndidas tienen ante los ojos; de la hermosura de la naturaleza, del reflejo de la divina hermosura que se descubre en aquellas flores, en las aguas cristalinas que pasan rozándoles los pies descalzos, en las avecillas que quizá cantan en la copa del árbol próximo, en la luz del sol, aquí tan luminosa… y luego los manda separarse a meditar, diseminados por el monte, ocultos entre el arbolado, al pie de una fuente o sentados sobre un risco.

Otras veces los saca a hacer las faenas del campo (…)

Pero no salen los religiosos del Calvario solo a hacer oración o a trabajar. Fray Juan, muy humano, espíritu afectuoso para sus frailes, les saca de paseo para que se huelguen, merienden y descansen. Hasta permite que vayan con ellos algunos seglares, amigos y bienhechores del convento. Un día suben al Calvario dos caballeros de Úbeda. Son Cristóbal de la Higuera y Juan de Cuéllar, que gustan de pasar ratos de recreo con los Descalzos. Esta vez traen algunas golosinas para refrescar y merendar con ellos en el campo. Con ellos sale fray Juan de la Cruz, que autoriza la merienda y el refresco de sus frailes, aunque él se priva de ello. Solo cuando un prelado, superior a él, está presente, logra Cristóbal de la Higuera hacer comer a fray Juan de los refrescos de regalo.

En cambio, es el primero en los oficios más humildes. El mismo Cristóbal de la Higuera le ha sorprendido algunas veces en la cocina fregando los platos en unos lebrillos. Y al comentar después con los frailes la humildad del prior, estos le dicen que siempre es el primero que acude a estos ministerios.

Otras veces se le ve, en los ratos de recreo, labrando con una punta de lanceta imagencitas y cristos de madera. Son reminiscencias de aquellos tiempos de su niñez en Medina del Campo, cuando se ejercitó en el oficio de entallador.

LA FUENSANTA, EN VILLANUEVA DEL ARZOBISPO

(Tomado de “Tiempo y Vida…” Efrén de la Madre de Dios, pág. 481-484)

La leyenda, o la tradición según el cronista, contaba, como refería feliz el P. Gracián: «Cuando los moros poseían a España, el rey moro de Iznatoraf tenía una mujer muy hermosa, la cual, con doctrina y persuasión de una su cautiva, se hizo cristiana. Y como el rey su marido lo supo, mandó que la bajasen a una arboleda espesa que había allí cerca del pueblo, y allí le cortasen pies y manos y la dejasen morir.

Viéndose de esta suerte esta señora reina, invocó a la Virgen María, reina del cielo, su gran devota, la cual la llevó a una fuente que allí había, y lavándola con aquella agua la restituyó pies y manos. Y como este milagro viniese a noticia del rey moro, su marido, se bautizó y fundó allí un palacio de cuatro torres con una iglesia, cuyo altar puso sobre la Fuente, que se llama Santa, porque con esta agua han recibido muchos salud» (…)

La fama que gozaban los ermitaños de La Peñuela y del Calvario indujo a los devotos de La Fuensanta a ofrecerles la iglesia, una torre que junto a ella se edificó, una huerta muy capaz y un pedazo de edificio que allí había para habitación del clérigo que cuidaba de la ermita. Ayudarían también la villa y los particulares con algunas limosnas para el convento que allí se hizo. Fue admitido por el P;. Gracián y se tomó posesión el 3 de mayo de 1583. Con el tiempo creció aquella casa y la Orden puso allí un Colegio de Artes.

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La memoria de Fr. Juan de la Cruz en aquel paraje mariano, enfrente de Iznatoraf, quedó marcada como una tradición viva hasta nuestros días. Permanecieron los Descalzos hasta que fueron sustituidos, a 28 de septiembre de 1884, por los Trinitarios Descalzos.